domingo, 4 de mayo de 2014

HOMENAJE A LOS PUEBLOS DE PASO

Un cartel en la autovía indica el nombre del pueblo y la proximidad de su salida para acceder a él. No es diferente al resto de carteles de pueblos y ciudades que se exhiben en las autovías o autopistas, no es ni más grande, ni más pequeño, es una señal estándar, característica de este tipo de vías.  
Una vez tomada la salida, apenas recorres quinientos metros llegas a la primera casa; un edificio de porte solariego, sobrio y notablemente rústico, delante de la fachada principal hay una valla, entre esta y la casa hay un jardín bien cuidado aunque no se ven indicios de actividad en el interior de la misma. Al pasar esta casona llegamos a un cruce en el que hay un stop, al mirar hacia los dos lados se divisa una recta que se prolonga en ambos sentidos hasta el infinito, son grandes llanuras, no se ve el final. Por la carretera principal no viene nadie, resulta curioso pensar que años atrás este punto debió de ser un lugar atestado de tráfico y considerable ajetreo de viajeros que paraban a descansar a mitad de su viaje, pues se trata de una carretera nacional; una importante vía de conexión entre el sureste peninsular y la capital del país, sin embargo ahora está vacía de vehículos y de vida.  
Al adentrarse en el pueblo, o mejor dicho aldea dado que el número de habitantes supera ligeramente la centena, llegas a una pequeña plaza donde tres ancianos charlan y toman el sol tranquilamente sentados en un banco, no hay nadie más en la calle, solo ellos y nosotros que vamos en nuestro coche, parece sorprenderles la visita de extraños y los tres dirigen descaradas miradas hacia el vehículo y sus ocupantes. Aparcamos porque queremos dar un paseo por las calles, hasta el momento los abuelos no han dejado de observarnos, debe resultar extraño ver forasteros por el lugar, allí no hay nada que pueda resultar atractivo, es lo que deben de pensar; casas que van desmoronándose irremediablemente sin que nadie haga algo por evitarlo, grandes extensiones de cereal, cultivos de frutales y siempre el lejano horizonte, todo ello bañado por un sol candente.

El año ha sido seco, esto se puede apreciar en el color del cereal, es de un verde pálido. En años lluviosos, este mismo cultivo ha presentado un color verde tan intenso que se ha podido comparar con las extensas praderas de las tierras altas.
Recorremos el poblado y podemos comprobar con nuestros ojos como avanza el deterioro de lo que en el pasado fueron acogedores hogares ahora derruidos, construcciones sencillas de gente humilde. También hay casas que mantienen su encanto a pesar del estado en el que se encuentran y otras que por supuesto han sido reformadas y son las que dan un soplo de aliento al lugar.
El paseo es corto; subimos por una calle donde todas las viviendas han sido abandonadas, no hay asfalto porque el proyecto urbanístico no ha llegado hasta aquí.  El aspecto es auténtico, tal y como debió de ser el lugar cuando la actividad bullía por todos los rincones y los vecinos llenaban las calles camino del trabajo. A mitad de recorrido encontramos una frondosa higuera que caprichosa surge de las profundidades de la tierra y nos interrumpe el paso obligándonos a desviarnos de nuestra trayectoria para pasar por su lado izquierdo, desde luego es uno de los pocos rincones frescos que hay en la zona. Continuamos hacia una amplia explanada donde alterna lo nuevo con lo antiguo, es una imagen curiosa, agradable para los sentidos. Observamos una puerta abierta donde un anciano está sentado, disfruta del merecido descanso tras su jubilación, su mirada está perdida en el paisaje que tantas veces debe haber visto y recorrido.
Bajamos de nuevo hacia la plaza donde tenemos aparcado el coche y uno de los ancianos que todavía sigue allí, comenta a sus paisanos que quizá estemos ahí porque queremos comprar alguno de los edificios en venta. Desconocen que somos simples exploradores de pueblos con encanto, con historia, con misterio. El simple comentario nos hace reír y al pasar por su lado les saludamos con el mismo descaro con el que ellos nos han mirado desde que llegamos.
Salimos de nuevo a la carretera y observamos que como todo pueblo que se precie dispone de bar/restaurante, punto de encuentro de lugareños y visitantes, tiene aspecto de dar buena comida, de la casera y tradicional. Lo mejor de todo es que hay unas cuantas mesas en la calle cubiertas por la sombra de esbeltos árboles, a esta hora hay varias ocupadas por grupos de colegas que charlan mientras toman el aperitivo.
El lugar nos ha causado buena impresión, seguramente algún día volveremos por aquí y nos sentaremos en esa terraza aprovechando una parada para descansar cuando vayamos camino de algún viaje hacia el interior, entonces volveremos a rememorar tiempos no tan lejanos pero si olvidados desde la puesta en marcha de las modernas autovías y autopistas.