jueves, 31 de julio de 2014

TURISMO POR TENERIFE

La idea de ir de vacaciones a Tenerife surgió de repente, tal y como surgen las buenas ideas. A veces creo que tenemos que dejarnos llevar por nuestras corazonadas, no ser tan previsibles ni metódicos, esto nos saca de la rutina y al mismo tiempo nos da confianza en nosotros mismos.

Una vez confirmado el viaje, me dispuse a preparar las rutas para conocer la isla, tenía claro que había que hacer una visita obligada a las Cañadas del Teide, si bien no tenía previsto subir a la cumbre por la época del año y la falta de tiempo, y los demás días dedicarlos a hacer senderismo, una de mis mayores aficiones. Descarté de antemano las típicas visitas turísticas que nos recomendaron en la agencia y busqué información por mi cuenta; primero sobre bonitas poblaciones para visitar y después los mejores paisajes naturales para recorrer. De esta manera en la planificación incluí; un día para hacer el barranco de Masca, con regreso en barco hasta la localidad más cercana, otra jornada para recorrer la región de Anaga, el tercer día quería adentrarme en los bosques del valle de la Orotova y dos días libres para improvisar. 

Tras cumplir con los planes previstos el viaje ha resultado ser inolvidable. En primer lugar ver el majestuoso Teide impresiona, erguido cual titan vigilante sobre los insignificantes mortales. Recorrer sus Cañadas nos adentra en un terreno espectacular y curioso, los contrastes de los diferentes tonos marrones que proporcionan la presencia de las piedras, de la lava y de las rocas, se mezclan con los delicados colores de la escasa vegetación, transmitiendo una sensación de serenidad pero al mismo tiempo de rigidez y sobriedad.
Dejando a nuestra izquierda el Teide, nos dirigimos a Masca, para hacer esta ruta hay que preparar antes la logística de la excursión, pues sabemos de antemano por lo que hemos leído en internet que la carretera para llegar hasta allí es una de las más impresionantes que se conocen en España en cuanto al ancho se refiere y al número de curvas, por ello, planeamos dejar el coche en Santiago del Teide, llegar a Masca en la línea de autobús que recorre la isla, hacer el descenso del barranco hasta la playa donde el barco nos recoge para llevarnos a Los Gigantes y una vez allí, volver a coger el autobús para Santiago del Teide donde tenemos el coche. A pesar de la complejidad del plan, mereció la pena ver un pueblo tan peculiar como Masca, primero por su ubicación, da vértigo descender por la sinuosa carretera por la que se accede y segundo por el entorno que lo rodea; pequeñas terrazas de cultivo se escurren por las laderas hasta las profundidades del barranco, palmeras, piteras, paleras y otro tipo de vegetación de porte bajo aportan un colorido singular y junto a la orografía tenemos una postal digna de fotografiar. El descenso por el barranco es una prueba de resistencia para los que no practicamos deporte con regularidad, pero el premio para el que llega hasta el final merece la pena, una playa virgen con aguas cristalinas y un pequeño muelle que nos permite acceder al barco que nos recoge y nos lleva a Los Gigantes en un precioso paseo donde la brisa marina nos refresca la piel calentada por el abrasador sol que nos ha acompañado en todo el recorrido. 
Buscando otros paisajes diferentes y característicos nos adentramos en el parque rural de Anaga, nuestras caras reflejaban el estupor que nos ocasionó encontrar tal cantidad de vegetación y con un verdor tan intenso en un lugar como este. Inundado por la niebla, la carretera parece un camino fantasmagórico que conduce hacia algún país dentro un cuento de terror, pero en realidad nos dirige hacia pequeños núcleos de población esparcidos en el paisaje y vigilados por el mar que se coloca a ambos lados.
Elegimos parar en Benijo, el último pueblo al que llega la carretera asfaltada, simplemente queríamos deleitar todos nuestros sentidos; la vista, contemplando con detenimiento toda la grandiosidad del océano y las verdes montañas que vertiginosamente se acercan a tocarlo, el olfato, por el que se adentra el olor a mar y a tierra humilde, el oído, cuando el viento sopla y el oleaje rompe con fuerza en la playa, el tacto, en la caricia de las olas y de la suave arena que mulle bajo nuestros pies, por último, el gusto, recompensando el cansancio con una comida que nos sirvieron en un pequeño restaurante donde las mesas se sitúan en una terraza desde la que se divisa una de las playas más bonitas que he visto en mi vida, todo ello unido a la amabilidad de las personas que nos atendieron nos dejó muy buen sabor de boca.
Desde el hotel se divisaba el valle de la Orotova, una preciosa postal donde la arquitectura convive en armonía con la vegetación y el infinito mar al otro lado culmina la estampa, pero desde el primer momento sentí la necesidad de acercarme y adentrarme por esos bosques, no me conformaba con contemplarlo de lejos. Si no me sumerjo en el paisaje siento que me falta algo, que el viaje se ha quedado incompleto, por ello, dediqué una mañana a hacer una preciosa ruta por donde transcurre una fosilizada canalización ya perdida que los guanches habían construido para recoger el agua de la montaña, pero otra vez la niebla hace acto de presencia dando el aspecto sobrecogedor que ya habíamos visto antes, ¡me encanta!.
En el recorrido a otros puntos de la isla pude hacerme una idea general de como es el día a día de los lugareños, pero lo mejor de todo fue charlar con ellos, he conocido sus inquietudes, sus preferencias, sus limitaciones y sobretodo su humildad.