domingo, 16 de noviembre de 2014

CUPIDO NO APARECIÓ

- Buenos días José, ¿lloverá hoy? - Esa era la cuestión que todos los vecinos del pequeño pueblo siempre hacían a su vecino antes de aventurarse a sus tareas agrícolas a primera hora del día  y de antemano sabían que la probabilidad de que acertara era bastante alta, desconocían si era un don innato o bien sus predicciones se basaban en algún indicio científico, lo cierto es que era de fiar y por ello bastante conocido en la villa. 
Su trabajo de barrendero le permitía conocer a la mayoría de los residentes; ricos y pobres todos le daban los buenos días con cordialidad y respeto, no se le conocía enemistad con nadie, aunque bien es cierto que con unos disertaba sin mesura, todo dependía de que el interlocutor le ofreciera conversación, porque él, en realidad era un tanto tímido, y eso a pesar de que ya había cumplido los cincuenta y las canas le habían pintado todo el cabello.
Su vestimenta resultaba muy peculiar en los años que corrían, ya entraba el siglo XX en su segunda mitad y él aún vestía el obsoleto blusón negro con pantalón de algodón del mismo color y esparteñas o alpargatas también oscuras, complementaba el atuendo un sombrero de fieltro de su color favorito. Sabía que la moda había cambiado pero a él no le gustaban las nuevas tendencias, con los ropajes que llevaba se sentía identificado y cómodo, no le importaba las habladurías de su mujer y de su hija que continuamente lo instigaban para que se pusiera esto o aquello, para que se peinará de esta forma o de otra, para que se callara o hablara, ese era el precio que estaba pagando por ser como era; sumiso, callado, prudente, paciente, tolerante, resignado, humilde y discreto.
Su vida cambió el día en que aceptó el matrimonio amañado con la solterona del barrio, pero era eso o la soledad más absoluta en la cercana senectud. Un hombre solitario en esos tiempos estaba igual de mal visto que una mujer, sobre todo si no contaba con el apoyo de algún pariente cercano que pudiera cuidarlo en su ancianidad, cuando ya no se valiese por si mismo, y eso era precisamente lo que le ocurría; su única hermano, mucho mayor que él, vivía muy lejos de allí. Hacía años que se había casado y prácticamente la relación entre ambos era inexistente, no tenía sentido buscarlo para ir a vivir con el matrimonio, además seguramente tendría él que cuidar a la pareja dada la diferencia de edad existente entre los dos hermanos, pues Bernardo era diez años mayor.
Ángeles, la futura esposa, se opuso en un primer momento a casarse con tal esperpento, tan menino, encorvado, desdentado y anticuado, antes prefería encerrarse en un convento, pero los padres la convencieron, al igual que ya hicieron con las hijas mayores, prometiéndole una sustanciosa herencia si hacía lo que ellos decían.
Desde el primer día de convivencia la displicencia mostrada por la esposa hacia su marido se puso de manifiesto tanto en privado como en público, ni siquiera en los momentos de intimidad surgieron palabras cálidas de cariño o respeto, ya no de amor porque eso nunca lo hubo. La vida para ella se resumía en insultar, lamentarse, abroncar y no transigir ninguna acción hecha por su insoportable esposo y la vida para él era sufrir, aguantar, callar y disfrutar de sus ratos de esparcimiento en la huerta donde cosechaba frutas y verduras que luego a escondidas de su mujer repartía entre amigos y vecinos.
A pesar de la edad de los esposos, estos no encontraron impedimentos en concebir descendencia y a los pocos meses de la boda Ángeles quedó embarazada de su primer hijo que resultó ser una niña llamada como la madre y a los dos años de esta vino el barón, José junior.
La crianza de los hijos fueron años de duro trabajo para la pareja, el empleo de barrendero y la cosecha del huerto no eran suficiente para mantener dos bocas, de tal forma que la mujer tuvo que buscar un salario extra trabajando en fábricas de conservas, en las cuales se sabía a que hora había que entrar, pero no se sabía la hora de salida, por lo que la casa quedaba muchos días desatendida. La estampa de familia unida brillaba por su ausencia, más bien era un sálvese quien pueda y así fue como los hijos crecieron en un entorno hostil sin un atisbo de afecto entre los padres y de estos hacia ellos. Este panorama, con el tiempo, traería nefastas consecuencias en la personalidad y el carácter de ambos descendientes.
La situación aún se complicó más cuando Ángeles se alió con su hermana menor y su sobrina para apoderarse de los bienes que injustamente había recibido su hermana Beatriz al casarse con un mezquino, borracho y mujeriego. No podían soportar que estos infelices vivieran en una gran ciudad rodeados de todo tipo de lujos mientras que ellas y su respectiva prole estaban pasando penurias y luchando con mucho afán para salir adelante. De esta manera fue como planearon enviar a la hija de Ángeles que acababa de cumplir los catorce años a vivir a casa de los tíos, lógicamente como estos no tenían descendencia la acogerían como una verdadera hija y como el roce hace el cariño todas las propiedades del matrimonio pasarían a su querida ahijada. Ángeles, una vez más, no se molestó en consultar la opinión del insulso marido y mucho menos de su afligida hija, al fin y al cabo cuando ella tuvo que casarse tampoco le preguntaron si quería hacerlo, simplemente lo tuvo que hacer y punto. - La vida muchas veces es despiadada -, esa era la filosofía con la que había madurado, ahora no podía andar con contemplaciones y sentimentalismos, lo primero era asegurarse su sustento y vivir cómodamente sin las apreturas por las que estaba pasando.
Una fría mañana de noviembre se presentó en la escuela para recoger a la chiquilla, cuando la profesora supo el motivo de tal visita aconsejó a la madre que no hiciera eso con su hija, era una chica muy lista con posibilidades de llegar lejos, pues le gustaba estudiar, pero la contestación de Ángeles fue clara y escueta, -ella no va a mantener gandules -  y sin demora madre e hija abandonaron la clase.
Lo que la joven vivió en esa etapa tan decisiva de su vida se perderá para siempre el día que abandone este mundo, de lo que aconteció entonces en esa casa es un tema tabú del que nunca ha querido hablar, aún cuando algún familiar cercano que conocía la historia le ha preguntado, tampoco ha permitido la ayuda de profesionales que en alguna ocasión se ofrecieron a hacerlo. Lo que le sucediera lo lleva aferrado a su ser y no permite soltar lastre, no quiere desprenderse de la suciedad que invade su mente. Con la madurez parece que su secreto se ha incrustado aún más y los episodios de pesadillas, depresión y ansiedad son un cuadro constante en sus tristes días, es un caso totalmente perdido y después de todo la asquerosa herencia pasó a los sobrinos carnales del tío y todos los bienes que Ángeles y su hermana habían pretendido acaparar se perdieron en los confines del tiempo y del espacio, al igual que su hija.

domingo, 9 de noviembre de 2014

LÍOS COTIDIANOS EN OTROS TIEMPOS


   José Mª y Dolores se encontraban abochornados debido a la situación por la que estaban atravesando en ese momento de sus vidas. Ellos que habían trabajado duro y logrado esquivar las penurias de la hambruna, ellos que vivían dignamente en unos tiempos en los que la mayoría de la gente no tenían donde caerse muertos, ahora se sentían observados, eran la habladuría de todo el pueblo por culpa de sus insensatas hijas, ellas eran la causa de sus continuos quebraderos de cabeza y disputas, solo su único hijo varón había conseguido emanciparse del núcleo familiar y vivir con su mujer y sus hijos como mandaba la Santa Madre Iglesia.
   Beatríz, la mayor y bien entrada en la madurez, había sucumbido a los placeres de la carne, su carácter lascivo era conocido por todos los vecinos que la señalaban sin reparo con el dedo, ningún mozo respetable se atrevería a acercarse a semejante fémina y para colmo de todos los males, el médico de la familia le había diagnosticado sífilis, lo que la sentenciaba a quedarse en la casa paterna de por vida.
   Justa, la segunda, llevaba quince años casada y en ese tiempo había dado a luz diez hijos, pero solo le habían sobrevivido cuatro, y de estos, los dos menores tenían una delicada salud debido a las pésimas condiciones en las que se estaban criando, pero aún así luchaban por sobrevivir. El marido rara vez se encontraba sobrio para hacerse cargo de la situación de las criaturas, era la mujer la que acarreaba de acá para allá con la prole, procurándole comida donde podía; unas veces era acogida en casa de sus padres, otras por la beneficencia, pero en varias ocasiones los habían amenazado con quitarle a los pequeños si no conseguía un sitio digno para vivir y otras pedía limosna superando la vergüenza y saltándose el mandato de sus progenitores sobre esta práctica que no aprobaban bajo ningún concepto.
   Ángeles, era la menor y más recatada, sin embargo su vida personal también era motivo de comadreo entre el vecindario, ya había superado la treintena y no se le conocía varón que la hubiera rondado, ni la rondase, la esperanza de encontrar un buen partido había pasado, tenía claro que se quedaba para vestir santos.
   Dolores, muy devota ella, no perdía la esperanza de que Dios hiciese un milagro para que la vida de sus hijas se enderezase. Finalmente parece que sus plegarias fueron escuchadas y de esta forma surgieron una serie de acontecimientos que permitieron al matrimonio volver a caminar con la cabeza bien alta.
   Una de las familias del pueblo que conocía la desdicha de esta buena gente, pero que también estaba al tanto de la generosa dote que la pareja podía ofrecer a cambio de solucionar el problema de la hija mayor, no dudaron en convencer a su joven y ávaro sobrino para que a cambio de una cuantiosa herencia cargara con la desvirtuada heredera. La tentación para el futuro marido era grande, pues ante la imposibilidad de tener descendencia, el patrimonio adquirido tras la unión pasaría íntegro a él y a su familia más cercana. Un buen día, tíos y sobrino se presentaron en la casa de la novia a negociar la cuantía por el desposorio, en realidad fue más bien un descarado chantaje que fue aceptado sin reparos por parte de José Mª y Dolores a cambio de quitarse tal apuro de encima. Tras el casamiento los novios establecieron su hogar en otra ciudad donde no eran conocidos, de esta manera el asunto de la voluptuosa mujer quedó zanjado y olvidado en el municipio.
  Al poco tiempo de este ansiado acontecimiento, surgió la posibilidad de casar también a la hija menor con un buen hombre del pueblo que permanecía soltero tras cumplir los cuarenta y ocho años, de todos era sabido que dado su carácter introvertido no había mantenido relación alguna con mujeres. Los padres de Ángeles no consideraron inconvenientes ni la edad ni la personalidad del individuo y sin dudarlo concertaron una cita para los futuros pretendientes. Desde el primer momento no hubo afinidad ninguna entre la pareja; ella era alta, esbelta, delgada, impetuosa, habladora, inquieta y orgullosa, él era veinte centímetros más bajo, encorvado, decrépito, tímido, discreto, sereno y muy modesto. Estas discrepancias no detuvieron la decisión que ya habían tomado los progenitores de la novia y la ceremonia se celebró al cabo de otros tres meses de obligado noviazgo.
  Acomodadas las dos hijas solteras solo les quedaba por resolver el asunto de su hija Justa y los desafortunados nietos que andaban como indigentes por las calles del municipio, eso lo pudieron solventar vendiendo las pocas propiedades que habían escapado a la extorsión del acuerdo nupcial de Beatríz y comprando una casa para el depravado yerno y la infeliz heredera.



 

domingo, 2 de noviembre de 2014

SECUELAS DE UNA VIDA

Es la enésima vez en los últimos ocho años que tiene que ingresar en el hospital a causa de los numerosos achaques que le produce la enfermedad que deambula silenciosa por sus órganos internos, otra vez se encuentra sola en la fría habitación de ese centro que ya conoce de memoria, pero en esta ocasión tampoco ha permitido que su hermano llame al 112 para ser atendida debidamente, porque a Ella, el hecho de que los vecinos vean una ambulancia en la puerta de su casa le provoca una sensación de bochorno que no puede soportar. A pesar de que apenas se puede mantener en pie para llegar hasta el coche no va a consentir bajo ningún concepto ser la comidilla del vecindario.
La primera vez que ingresó, toda la familia se movilizó para ir con Ella, apoyarla, darle ánimos, cuidarla, estar a su disposición en todo momento. Afortunadamente los médicos hicieron un trabajo excelente dentro de las posibilidades que tenían y consiguieron que saliera adelante, pero lamentablemente nunca lo ha visto así, desde su punto de vista considera que recibió un trato vejatorio por parte de los facultativos, les culpa de su larga e inhumana dolencia y no ha tenido en cuenta que durante muchos meses tuvo un malestar en la base del estómago al que no quiso dar importancia, hasta que una tarde de un mes de mayo ya no pudo aguantar más y decidió ir al hospital, las pruebas que le hicieron durante varios días no revelaban ninguna patología de gravedad pero el dolor era cada vez más insoportable, por ello el equipo médico que la atendía decidió intervenirla y saber de una vez por todas de dónde procedía la infección, la sorpresa fue que un tumor cancerígeno de grado tres se había reventado en el intestino grueso y las células dañinas habían salido disparadas en todas direcciones, la ardua tarea de los profesionales que la atendieron consistió en limpiar con detenimiento toda la zona afectada para evitar la proliferación de nuevos tumores, sin embargo, no lo consiguieron y desde entonces cada pocos meses debe ser intervenida por el afloramiento de alguna neoplasia en zonas muy localizadas de los órganos vitales. 
Su fuerza interior le permite esquivar la garras de la muerte que incansablemente la acechan, pero su forma de ver la vida es muy peculiar y difiere de muchas otras personas que se encuentran en una situación similar. A lo largo de todo este tiempo se ha revelado en grado superlativo una actitud egocéntrica que se había mantenido encubierta para sus seres más queridos por los sentimientos de amor hacia Ella, pero una evidente falta de empatía hacia los que la rodean, notables síntomas de rabia acumulada, envidias, intentos de controlar a todos y todo, insistentes pensamientos pesimistas siempre bajo la constante excusa de la enfermedad, han conseguido que amigos y familiares se aparten de esta persona. La soledad, esa palabra que desde su más tierna infancia siempre había temido es la que ahora escolta su triste vida.