- Buenos días José, ¿lloverá hoy? - Esa era la cuestión que todos los vecinos del pequeño pueblo siempre hacían a su vecino antes de aventurarse a sus tareas agrícolas a primera hora del día y de antemano sabían que la probabilidad de que acertara era bastante alta, desconocían si era un don innato o bien sus predicciones se basaban en algún indicio científico, lo cierto es que era de fiar y por ello bastante conocido en la villa.
Su trabajo de barrendero le permitía conocer a la mayoría de los residentes; ricos y pobres todos le daban los buenos días con cordialidad y respeto, no se le conocía enemistad con nadie, aunque bien es cierto que con unos disertaba sin mesura, todo dependía de que el interlocutor le ofreciera conversación, porque él, en realidad era un tanto tímido, y eso a pesar de que ya había cumplido los cincuenta y las canas le habían pintado todo el cabello.
Su vestimenta resultaba muy peculiar en los años que corrían, ya entraba el siglo XX en su segunda mitad y él aún vestía el obsoleto blusón negro con pantalón de algodón del mismo color y esparteñas o alpargatas también oscuras, complementaba el atuendo un sombrero de fieltro de su color favorito. Sabía que la moda había cambiado pero a él no le gustaban las nuevas tendencias, con los ropajes que llevaba se sentía identificado y cómodo, no le importaba las habladurías de su mujer y de su hija que continuamente lo instigaban para que se pusiera esto o aquello, para que se peinará de esta forma o de otra, para que se callara o hablara, ese era el precio que estaba pagando por ser como era; sumiso, callado, prudente, paciente, tolerante, resignado, humilde y discreto.
Su vida cambió el día en que aceptó el matrimonio amañado con la solterona del barrio, pero era eso o la soledad más absoluta en la cercana senectud. Un hombre solitario en esos tiempos estaba igual de mal visto que una mujer, sobre todo si no contaba con el apoyo de algún pariente cercano que pudiera cuidarlo en su ancianidad, cuando ya no se valiese por si mismo, y eso era precisamente lo que le ocurría; su única hermano, mucho mayor que él, vivía muy lejos de allí. Hacía años que se había casado y prácticamente la relación entre ambos era inexistente, no tenía sentido buscarlo para ir a vivir con el matrimonio, además seguramente tendría él que cuidar a la pareja dada la diferencia de edad existente entre los dos hermanos, pues Bernardo era diez años mayor.
Ángeles, la futura esposa, se opuso en un primer momento a casarse con tal esperpento, tan menino, encorvado, desdentado y anticuado, antes prefería encerrarse en un convento, pero los padres la convencieron, al igual que ya hicieron con las hijas mayores, prometiéndole una sustanciosa herencia si hacía lo que ellos decían.
Desde el primer día de convivencia la displicencia mostrada por la esposa hacia su marido se puso de manifiesto tanto en privado como en público, ni siquiera en los momentos de intimidad surgieron palabras cálidas de cariño o respeto, ya no de amor porque eso nunca lo hubo. La vida para ella se resumía en insultar, lamentarse, abroncar y no transigir ninguna acción hecha por su insoportable esposo y la vida para él era sufrir, aguantar, callar y disfrutar de sus ratos de esparcimiento en la huerta donde cosechaba frutas y verduras que luego a escondidas de su mujer repartía entre amigos y vecinos.
A pesar de la edad de los esposos, estos no encontraron impedimentos en concebir descendencia y a los pocos meses de la boda Ángeles quedó embarazada de su primer hijo que resultó ser una niña llamada como la madre y a los dos años de esta vino el barón, José junior.
La crianza de los hijos fueron años de duro trabajo para la pareja, el empleo de barrendero y la cosecha del huerto no eran suficiente para mantener dos bocas, de tal forma que la mujer tuvo que buscar un salario extra trabajando en fábricas de conservas, en las cuales se sabía a que hora había que entrar, pero no se sabía la hora de salida, por lo que la casa quedaba muchos días desatendida. La estampa de familia unida brillaba por su ausencia, más bien era un sálvese quien pueda y así fue como los hijos crecieron en un entorno hostil sin un atisbo de afecto entre los padres y de estos hacia ellos. Este panorama, con el tiempo, traería nefastas consecuencias en la personalidad y el carácter de ambos descendientes.
La situación aún se complicó más cuando Ángeles se alió con su hermana menor y su sobrina para apoderarse de los bienes que injustamente había recibido su hermana Beatriz al casarse con un mezquino, borracho y mujeriego. No podían soportar que estos infelices vivieran en una gran ciudad rodeados de todo tipo de lujos mientras que ellas y su respectiva prole estaban pasando penurias y luchando con mucho afán para salir adelante. De esta manera fue como planearon enviar a la hija de Ángeles que acababa de cumplir los catorce años a vivir a casa de los tíos, lógicamente como estos no tenían descendencia la acogerían como una verdadera hija y como el roce hace el cariño todas las propiedades del matrimonio pasarían a su querida ahijada. Ángeles, una vez más, no se molestó en consultar la opinión del insulso marido y mucho menos de su afligida hija, al fin y al cabo cuando ella tuvo que casarse tampoco le preguntaron si quería hacerlo, simplemente lo tuvo que hacer y punto. - La vida muchas veces es despiadada -, esa era la filosofía con la que había madurado, ahora no podía andar con contemplaciones y sentimentalismos, lo primero era asegurarse su sustento y vivir cómodamente sin las apreturas por las que estaba pasando.
Una fría mañana de noviembre se presentó en la escuela para recoger a la chiquilla, cuando la profesora supo el motivo de tal visita aconsejó a la madre que no hiciera eso con su hija, era una chica muy lista con posibilidades de llegar lejos, pues le gustaba estudiar, pero la contestación de Ángeles fue clara y escueta, -ella no va a mantener gandules - y sin demora madre e hija abandonaron la clase.
Lo que la joven vivió en esa etapa tan decisiva de su vida se perderá para siempre el día que abandone este mundo, de lo que aconteció entonces en esa casa es un tema tabú del que nunca ha querido hablar, aún cuando algún familiar cercano que conocía la historia le ha preguntado, tampoco ha permitido la ayuda de profesionales que en alguna ocasión se ofrecieron a hacerlo. Lo que le sucediera lo lleva aferrado a su ser y no permite soltar lastre, no quiere desprenderse de la suciedad que invade su mente. Con la madurez parece que su secreto se ha incrustado aún más y los episodios de pesadillas, depresión y ansiedad son un cuadro constante en sus tristes días, es un caso totalmente perdido y después de todo la asquerosa herencia pasó a los sobrinos carnales del tío y todos los bienes que Ángeles y su hermana habían pretendido acaparar se perdieron en los confines del tiempo y del espacio, al igual que su hija.
Su vestimenta resultaba muy peculiar en los años que corrían, ya entraba el siglo XX en su segunda mitad y él aún vestía el obsoleto blusón negro con pantalón de algodón del mismo color y esparteñas o alpargatas también oscuras, complementaba el atuendo un sombrero de fieltro de su color favorito. Sabía que la moda había cambiado pero a él no le gustaban las nuevas tendencias, con los ropajes que llevaba se sentía identificado y cómodo, no le importaba las habladurías de su mujer y de su hija que continuamente lo instigaban para que se pusiera esto o aquello, para que se peinará de esta forma o de otra, para que se callara o hablara, ese era el precio que estaba pagando por ser como era; sumiso, callado, prudente, paciente, tolerante, resignado, humilde y discreto.
Su vida cambió el día en que aceptó el matrimonio amañado con la solterona del barrio, pero era eso o la soledad más absoluta en la cercana senectud. Un hombre solitario en esos tiempos estaba igual de mal visto que una mujer, sobre todo si no contaba con el apoyo de algún pariente cercano que pudiera cuidarlo en su ancianidad, cuando ya no se valiese por si mismo, y eso era precisamente lo que le ocurría; su única hermano, mucho mayor que él, vivía muy lejos de allí. Hacía años que se había casado y prácticamente la relación entre ambos era inexistente, no tenía sentido buscarlo para ir a vivir con el matrimonio, además seguramente tendría él que cuidar a la pareja dada la diferencia de edad existente entre los dos hermanos, pues Bernardo era diez años mayor.
Ángeles, la futura esposa, se opuso en un primer momento a casarse con tal esperpento, tan menino, encorvado, desdentado y anticuado, antes prefería encerrarse en un convento, pero los padres la convencieron, al igual que ya hicieron con las hijas mayores, prometiéndole una sustanciosa herencia si hacía lo que ellos decían.
Desde el primer día de convivencia la displicencia mostrada por la esposa hacia su marido se puso de manifiesto tanto en privado como en público, ni siquiera en los momentos de intimidad surgieron palabras cálidas de cariño o respeto, ya no de amor porque eso nunca lo hubo. La vida para ella se resumía en insultar, lamentarse, abroncar y no transigir ninguna acción hecha por su insoportable esposo y la vida para él era sufrir, aguantar, callar y disfrutar de sus ratos de esparcimiento en la huerta donde cosechaba frutas y verduras que luego a escondidas de su mujer repartía entre amigos y vecinos.
A pesar de la edad de los esposos, estos no encontraron impedimentos en concebir descendencia y a los pocos meses de la boda Ángeles quedó embarazada de su primer hijo que resultó ser una niña llamada como la madre y a los dos años de esta vino el barón, José junior.
La crianza de los hijos fueron años de duro trabajo para la pareja, el empleo de barrendero y la cosecha del huerto no eran suficiente para mantener dos bocas, de tal forma que la mujer tuvo que buscar un salario extra trabajando en fábricas de conservas, en las cuales se sabía a que hora había que entrar, pero no se sabía la hora de salida, por lo que la casa quedaba muchos días desatendida. La estampa de familia unida brillaba por su ausencia, más bien era un sálvese quien pueda y así fue como los hijos crecieron en un entorno hostil sin un atisbo de afecto entre los padres y de estos hacia ellos. Este panorama, con el tiempo, traería nefastas consecuencias en la personalidad y el carácter de ambos descendientes.
La situación aún se complicó más cuando Ángeles se alió con su hermana menor y su sobrina para apoderarse de los bienes que injustamente había recibido su hermana Beatriz al casarse con un mezquino, borracho y mujeriego. No podían soportar que estos infelices vivieran en una gran ciudad rodeados de todo tipo de lujos mientras que ellas y su respectiva prole estaban pasando penurias y luchando con mucho afán para salir adelante. De esta manera fue como planearon enviar a la hija de Ángeles que acababa de cumplir los catorce años a vivir a casa de los tíos, lógicamente como estos no tenían descendencia la acogerían como una verdadera hija y como el roce hace el cariño todas las propiedades del matrimonio pasarían a su querida ahijada. Ángeles, una vez más, no se molestó en consultar la opinión del insulso marido y mucho menos de su afligida hija, al fin y al cabo cuando ella tuvo que casarse tampoco le preguntaron si quería hacerlo, simplemente lo tuvo que hacer y punto. - La vida muchas veces es despiadada -, esa era la filosofía con la que había madurado, ahora no podía andar con contemplaciones y sentimentalismos, lo primero era asegurarse su sustento y vivir cómodamente sin las apreturas por las que estaba pasando.
Una fría mañana de noviembre se presentó en la escuela para recoger a la chiquilla, cuando la profesora supo el motivo de tal visita aconsejó a la madre que no hiciera eso con su hija, era una chica muy lista con posibilidades de llegar lejos, pues le gustaba estudiar, pero la contestación de Ángeles fue clara y escueta, -ella no va a mantener gandules - y sin demora madre e hija abandonaron la clase.
Lo que la joven vivió en esa etapa tan decisiva de su vida se perderá para siempre el día que abandone este mundo, de lo que aconteció entonces en esa casa es un tema tabú del que nunca ha querido hablar, aún cuando algún familiar cercano que conocía la historia le ha preguntado, tampoco ha permitido la ayuda de profesionales que en alguna ocasión se ofrecieron a hacerlo. Lo que le sucediera lo lleva aferrado a su ser y no permite soltar lastre, no quiere desprenderse de la suciedad que invade su mente. Con la madurez parece que su secreto se ha incrustado aún más y los episodios de pesadillas, depresión y ansiedad son un cuadro constante en sus tristes días, es un caso totalmente perdido y después de todo la asquerosa herencia pasó a los sobrinos carnales del tío y todos los bienes que Ángeles y su hermana habían pretendido acaparar se perdieron en los confines del tiempo y del espacio, al igual que su hija.