Quiero dejar constancia del significado que tiene para mí hacer senderismo, ya que muchas veces los que salimos a andar comentamos que antaño, cuando la gente del campo tenía que madrugar para recorrer estas distancias y otras más largas, seguramente lo hacían forzados por las condiciones de subxistencia. Sin embargo, nosotros ahora lo hacemos encantados, a pesar de tener que levantarnos muy temprano, mucho más que para ir a trabajar, y precisamente el único día de la semana que podemos quedarnos en la cama descansando, pero faltar a una ruta significa no desconectar de la rutina, de los problemas de la casa y del trabajo, de los líos familiares, etc.
Aunque en los dos últimos años mi actividad senderista ha pasado de estar en un nivel bajo a un nivel medio, tanto en dificultad de las rutas como en la frecuencia de salidas, siempre existió en mí la inquietud de descubrir sendas y caminos en todos los lugares que visitaba, y los fines de semana aprovechaba con las niñas, siendo muy pequeñas, para dar paseos cortos por la huerta de Molina y de Alguazas. Una vez ellas han crecido y he conseguido cierta independencia para poder salir, no he dudado en apuntarme al dinámico y numeroso Club Senderista de Molina, además de acudir a otras convocatorias promovidas por La Hospedería Rural La Garapacha y la oficina de turismo de Yeste entre otros grupos.
Caminar es sinónimo de vivir ; evitar que el cuerpo se oxide con el paso del tiempo, aprovechar los beneficios que el sol nos aporta a la salud, llenar los pulmones de aire limpio y fresco, disfrutar de ratos de silencio sin presencia de ruidos molestos o distracciones, contemplar el contraste de colores que nos ofrece la vegetación en valles y montañas. También me ha permitido superar pruebas que creía que no iba a conseguir, a veces sola y otras con ayuda, aprendiendo a quitar la palabra NO de mi vocabulario. He mejorado las relaciones sociales al conocer a gente con las mismas aficiones, con los que puedo hablar de mis experiencias senderistas y ellos contarme las suyas, aquí no cabe el diálogo de besugos que puede haber con otros conocidos de nuestro entorno cotidiano.
A veces las subidas se hacen duras, el corazón se acelera, parece que de un momento a otro se va a salir de su sitio y no hay más remedio que parar, tomar aliento y seguir adelante mirando hacia el suelo para no desmotivarse en alcanzar la cima que se ve inalcanzable, aquí no existe otra preocupación que la de llegar a la cumbre. En las bajadas también hay que poner los cinco sentidos y alguno más si es posible para estudiar donde se colocan los pies y evitar caídas desafortunadas. Durante toda la caminata, la mente se mantiene vacía de todo pensamiento residual y solo apreciamos lo que nuestros ojos tienen delante, no hay nada más que paisaje.
Después de llegar exhausto a la cima, te detienes a contemplar el desnivel que has superado, compruebas hasta donde has llegado y tomas conciencia de ello, a continuación respiras muy hondo hasta que los pulmones se llenan completamente de aire y lo expulsas lentamente, una vez normalizadas las pulsaciones te detienes a disfrutar de las vistas desde ese punto, miras en todas direcciones hasta el infinito, deleitándote con el majestuoso relieve que conforma el horizonte que te rodea, en este momento sientes que merece la pena el esfuerzo, porque durante ese instante en el que la vista se satura de Naturaleza no tienes constancia de que exista algo que pueda distraerte y te aparte de ese momento único de contemplación.