domingo, 2 de febrero de 2020

Acompañada por mí

Hoy tengo la oportunidad de acompañarme en un tranquilo paseo por la huerta de El Paraje, dejo el móvil en casa para evitar la tentación de utilizarlo, quiero dedicarme todo este tiempo, sin distracciones. 
Es un día de invierno, soleado, de temperatura primaveral y claridad plena. Comienzo poniendo toda mi atención al sentido de la vista, aprecio el contraste de colores y formas que se despliegan por el entorno: el paisaje, aunque lleva pinceladas de marrón, en general es verde y contrasta con el fondo azul del cielo y el blanco difuso de las nubes que pasan. Adornan el entorno palmeras dispersas por lontananza, moreras frondosas junto a las acequias, pinos y abetos esbeltos sobresaliendo por encima de los árboles frutales. Las casas se distribuyen en todas direcciones, desde cuartos de aperos ruinosos incrustados dentro los huertos, hasta pequeñas mansiones dotadas de privacidad tras los cercados sólidos y opacos, sin embargo, me llama la atención dos viviendas con las que tropiezo en mi recorrido rutinario que me recuerdan a las casas de los cuentos de hadas o de brujas, en reducido espacio pero sin faltar detalle. A continuación, me concentro en el sentido del oído y lo primero que escucho es el sonido amenazante de los coches que pasan por la carretera nacional, da la sensación que se acercan, pero tras mirar hacia atrás varias veces compruebo que es solo mi impresión. A medida que el tráfico se aleja empiezo a oír el ulular y piar de pájaros escondidos entre el follaje de las cañas del río y de los árboles de ribera, el canto de gallos y cacareo de gallinas que vagan por los corrales, el maullar de tranquilos gatitos encerrados en los huertos  y los ladridos de perros que aburridos de su cautiverio manifiestan así su malestar o su atención cuando ven a alguien pasar por ahí. El sentido del olfato me trae una mezcla de fragancias que todas juntas se conocen como olor a huerta; hierba mojada, humedad del río, quema de rastrojos y restos de poda, humo de las chimeneas.... y el sentido del tacto lo he notado en el calor del sol que ha calentado mi cuerpo hasta llegar a tener que quitarme la chaqueta, y en la brisa que ha refrescado mi cara y mi cuello y ha balanceado mi pelo en la misma dirección del viento.
El sentido del gusto lo he traído a mi mente recordando el sabor del pan con tocino que comía en casa de mi abuela cuando de niña iba a visitarla y ese mismo recuerdo me ha traído a la memoria la sonrisa de mi padre. Después de 15 años sin él, aún siento su aliento, su apoyo, su comprensión, pero añoro su abrazo "chillao", me encantaría que me contara que tal le va por la otra vida, que sea él quien me revele el misterio del más allá...Todo esto es lo que he vivido y sentido acompañándome en un bonito paseo por El Paraje.